Clase de alquimia

Las horas pasaban una detrás de otra, y nada interesante ocurría en clase; cerrábamos un libro y, en seguida, abríamos otro. Hasta que sucedió algo increíble, algo nunca visto en el colegio, algo de lo que difícilmente se olvidará la historia de nuestra escuela.

La clase de matemáticas comenzó como de costumbre, el cuadernillo de ejercicios Rubio planteaba numerosos problemas de multiplicar; todos similares, que si hay tres cestas y en cada cesta dos gallinas, cuántas hay en total, que si cinco libros en cada estantería, que si dos plantas en cada jardinera, que si dos pájaros en cada árbol…

Todas y todos bostezábamos, no había manera de concentrarse en la monotonía, el profesor contento de tener tiempo libre leía un libro en el que ponía Nicolás Tartaglia, ¿quién sería ése?, los abrigos colgaban de sendos colgadores, la luz trémula emitía un sonido casi inaudible, por la ventana se adivinaba el cielo entre las nubes, y frente a nosotros se erguía una pizarra en la que ponía a modo de lápida “Ejercicios”, a lo que se podía haber añadido “aquí yacen a causa de un aburrimiento prematuro”…

Entonces, ¡ocurrió! Una niña gritó: “¡Eureka, lo encontré!”. “¿El qué has encontrado?”, le preguntaban por todos lados niños y niñas alarmados por el incendio en la mente de aquella sabia. “La solución”, proclamaba. “A ver, sal a la pizarra”, intercedió el profesor. La niña salió a la pizarra, escribió el enunciado del problema, era el de las gallinas, y resolvió:

El profesor se echó las manos a la cabeza y dijo: “pero eso qué es, no has solucionado nada, esta mal”. “Cómo que está mal, he creado cinco gallina-cestas, con las que las señoras de mi barrio no tendrán que acarrear la compra de una tienda a otra todas las mañanas, ¡es el invento del siglo!”. Alucinamos. Alguien gritó: “¡Alquimia!”, y empezamos a crear seres mágicos y parciales a todo tren: estantería-libros, que se leen colocados en la pared; jardinera-plantas, en las que florecen jardineras que dan más jardineras; árbol-pájaros, que cantan hojas; puerta-habitaciones, a las que puedes entrar por donde quieras; caramelo-niños, imaginároslo…

Aquella mañana fue una fiesta. Todo alborotado, el profesor desgañitándose, incapaz de controlar a los aprendices de magos y magas. Y nosotros, locas y locos, disfrutando de lo lindo con nuestras genialidades. Aquel día ordenamos a nuestra manera el mundo aburrido de los adultos. Todavía, de vez en cuando, hago un poco de alquimia…

 Autor: Diego Castrillo (acompañante en Freetime)

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